jueves, 13 de diciembre de 2007

Elige tu propia aventura


Periódicamente, salimos a caminar con mi amiga Cristina, ocasión que sirve para explayamos acerca de temas trascendentales de la vida, como el texto de mocruba que nunca escribimos, los autobronceantes que hay en el mercado, el ranking de los rugbiers que corren alrededor del parque el día de la fecha. Una tarde vimos a un tipo con cuerpo monumental en su balcón, chancletas, musculosa, mirando el horizonte de lo más despreocupado. Esa observación generó una fabulación acerca de su vida, sus hábitos, costumbres, lecturas, dieta, concepciones acerca del mundo y sus alrededores, utopías, hasta que finalmente lo figuramos a imagen y semejanza del tipo que se queda al final de “Amigos con dinero” con Jennifer Aniston. Ese ejercicio empezó a obsesionarme de tal modo que no hay persona de la que desconozca su historia basada en mi versión. He aquí unas muestras:

- hay un pibe con cara de teletubbie que pasa caminando por calle Pellegrini todos los días. Indudablemente, que piensa en la madre y en la tortilla de papas que lo está esperando, luego de la clase de dibujo técnico. Dejará la carpeta en el armario, porque es muy ordenado, el atrovent en la mesita de luz—tiene asma— y le ayudará a su abuela a sacar la carpetita tejida al crochet de la mesa de madera rectangular, para poner la mesa. De postre: queso y dulce.

- El viejo que vende revistas en la otra cuadra, tiene el local abierto porque lo heredó del padre. En la vidriera están las portadas memorables, como las del casamiento de Susana y Ricardo, y las bebotas del verano del 87, porque sí que sabe lo que es una primicia, aunque esconde otra gran colección en la parte trasera. Sólo atiende por hobbie ya que su auténtico negocio son las muñecas inflables y la venta de cartuchos alternativos para impresora.

- El asesino serial cursa la carrera de letras para robar ideas de los libros. Jack el destripador le parece un tanto trillado, el perfume de Patrick Suskind, demasiado fin-de-siecle, así que prueba variantes sacadas de una interpretación singular de los Nibelungos y Radiografía de la Pampa. Como buen asesino serial, da miedo y tiene seguramente en la pared de su casa recortes de diario y una foto de todos nosotros.

Vamos, ¿Me vas a decir que nunca lo hiciste?

sábado, 27 de octubre de 2007

"Terrible/ espectacular"

Una de esas tantas épocas de desesperación, en que nos dejamos presentar por parejas truncas de a tres y de las que sabemos que somos el cuarto que completa la espantosa imcompteud del tercero, tan desahuciado como nosotros. De esas noches en que para mis adentros dije: “hoy no voy a salir”, y salí igual sabiendo el presagio que representaba la sentencia.

En el bar “Olimpo”, cuando no estaba todavía aggiornado a las exigencias del entretenimiento del nuevo milenio y representaba una mezcla de bodegón casi bohemio, pero más ridículo que vanguardista. Un señor con una guitarra hacía covers de Silvio Rodríguez, Aute, Sabina en una combinatoria ecléctica donde también aparecía Baglieto y Silvina Garré. Ya sabía que no tenía que ir, pero fui. En medio del recital que se tornó insoportable hacia el segundo tema, una suerte de menú musical engrasado servía a las filas fervorosas de diez personas que éramos para aclamar: “¡te doy una canción!” “¡Mirta, de regreso!”

Hasta que un grupito de borrachos del fondo, más exhibicionista que borracho, empezó una conversación que tapaba indudablemente las ya ocultas habilidades del músico presente. De manera que no volaron sillas, lo cual hubiera sido lo más entretenido, pero el músico popular se puso reaccionario y los hizo echar por el dueño acompañando el suceso con una no muy feliz declaración: “estos seguro que son los que votaron a Memen, seguro que no leyeron a Borges ni a Cortázar” (sic).

Mi compañero, el tercero, como muestra clara de una síntesis perspicaz sólo esbozó un “terriiiible” a lo cual asentí con la cabeza porque no quedaba nada más por decir, porque era la palabra que yo hubiera elegido para evaluar la situación por demás desopilante.

Me preguntó qué estudiaba y le pareció “espectacular”. Para ese entonces, ya había dejado de ser el tercero y empecé a recordar su nombre propio. Él era catequista, profesión bastante extraña a mi entender, pero éramos tan jóvenes que supuse que era el hobbie de un chico bueno, y quizás fuera fiel, recto, caritativo… —El alcohol me llevó a pensar que tal vez para salir con él, debía bautizarme, y bautizar a toda la familia, y aprender qué hacer en una misa, cuándo se les da el beso a los de al lado, cuándo hay que pararse, o sentarse—

Cuando terminó el recital, fuimos en el auto de los otros dos al lado del río. Los de adelante hicieron de cuenta que no estábamos y mi compañero me codeó diciendo “terrible”. Yo me reí, me gustaba la muletilla. Bueno, me gustaba él.

Después pensé que venía la parte en que nos bajábamos y festejábamos el reflejo de la luna sin embargo, en su defecto, me mostró la cruz de madera que tenía colgando y me preguntó si iba asiduamente al convento de mi ciudad natal. Le contesté que sólo con la escuela, primaria… en primer grado, y al museo de San Martín, no a la parte de los santos.

La verdad no me hizo muy libre que digamos. Guardó la cruz y empezó a contarme cosas “espectaculares” o “terribles”. A veces era indistinto el uso de uno u otro, lo espectacular fácilmente puede transformarse en terrible.

Días después volvimos a salir. Me habló de Jesús y de su labor en la Medalla Milagrosa. Yo le conté que hacía poco me había mudado. Comimos pizza libre en otro lugar más engrasado aún, pero esta vez gritaba eufórico las dos palabras de su léxico—entre otras donde sonaban pertinentes, o no—y la gente lo miraba. Ya no hablaba más conmigo, sino con los otros.

Ya no lo vi más durante casi diez años hasta hace dos meses, aunque no estoy segura de que fuera él. En una de mis primeras experiencias docentes trabajé en un seminario para curas, donde me aceptaron pese a mi herejía. Entre los estudiantes que se encaminaban al sacerdocio, creí ver en la biblioteca a alguien muy parecido, estudiando. Me di vuelta rápidamente y me camuflé en el sector de teología.

Ay, en la viña del señor…

lunes, 22 de octubre de 2007

Todo concluye al fin

Creía que el amor no tenía medida, o dejas de querer tal vez a otra mujer…

Tema, rema y lema célebre de finales de cursado, viajes de estudio y demás abandonos de ciclos lectivos. Momento en que nos pintamos la cara color esperanza, sabemos que un amigo es una luz brillando en la oscuridad y que volvemos a empezar ¡que aún no termina el juego! En esos finales, hay que tratar de estar mejor…

Lejos de una evaluación de la calidad del rock nacional, en su género de autoayuda, yo me pregunto ¿por qué hacemos las despedidas tan tortuosas? ¿Por qué el aditivo fúnebre, por qué la exposición lacrimógena del padecimiento? ¿Ya no es suficiente con el adiós? Y no… no lo es. El mercado de la despedida es tan fuerte como el del ser despechado o ignorado. El leit motiv fue, a mi parecer, un severo punto de crítica y de lugar común para compartir con alguna risa ácida que se representara un mundo demasiado parcial y sofisticado, salvaguardado del mundo real y desdichado. Pero debo confesar que caí en la tentación: cada palabra de éstas compra un número de la rifa para la piña: mientras escribo, Lerner me inspira a esta berretada cursi, homenaje a todos los adioses internos de cada uno, a las cosas perdidas que despedimos a veces imperceptiblemente y otras veces no tanto.

(Después no digan que no la merezco)