Una de esas tantas épocas de desesperación, en que nos dejamos presentar por parejas truncas de a tres y de las que sabemos que somos el cuarto que completa la espantosa imcompteud del tercero, tan desahuciado como nosotros. De esas noches en que para mis adentros dije: “hoy no voy a salir”, y salí igual sabiendo el presagio que representaba la sentencia.
En el bar “Olimpo”, cuando no estaba todavía aggiornado a las exigencias del entretenimiento del nuevo milenio y representaba una mezcla de bodegón casi bohemio, pero más ridículo que vanguardista. Un señor con una guitarra hacía covers de Silvio Rodríguez, Aute, Sabina en una combinatoria ecléctica donde también aparecía Baglieto y Silvina Garré. Ya sabía que no tenía que ir, pero fui. En medio del recital que se tornó insoportable hacia el segundo tema, una suerte de menú musical engrasado servía a las filas fervorosas de diez personas que éramos para aclamar: “¡te doy una canción!” “¡Mirta, de regreso!”
Hasta que un grupito de borrachos del fondo, más exhibicionista que borracho, empezó una conversación que tapaba indudablemente las ya ocultas habilidades del músico presente. De manera que no volaron sillas, lo cual hubiera sido lo más entretenido, pero el músico popular se puso reaccionario y los hizo echar por el dueño acompañando el suceso con una no muy feliz declaración: “estos seguro que son los que votaron a Memen, seguro que no leyeron a Borges ni a Cortázar” (sic).
Mi compañero, el tercero, como muestra clara de una síntesis perspicaz sólo esbozó un “terriiiible” a lo cual asentí con la cabeza porque no quedaba nada más por decir, porque era la palabra que yo hubiera elegido para evaluar la situación por demás desopilante.
Cuando terminó el recital, fuimos en el auto de los otros dos al lado del río. Los de adelante hicieron de cuenta que no estábamos y mi compañero me codeó diciendo “terrible”. Yo me reí, me gustaba la muletilla. Bueno, me gustaba él.
Después pensé que venía la parte en que nos bajábamos y festejábamos el reflejo de la luna sin embargo, en su defecto, me mostró la cruz de madera que tenía colgando y me preguntó si iba asiduamente al convento de mi ciudad natal. Le contesté que sólo con la escuela, primaria… en primer grado, y al museo de San Martín, no a la parte de los santos.
La verdad no me hizo muy libre que digamos. Guardó la cruz y empezó a contarme cosas “espectaculares” o “terribles”. A veces era indistinto el uso de uno u otro, lo espectacular fácilmente puede transformarse en terrible.
Días después volvimos a salir. Me habló de Jesús y de su labor en
Ya no lo vi más durante casi diez años hasta hace dos meses, aunque no estoy segura de que fuera él. En una de mis primeras experiencias docentes trabajé en un seminario para curas, donde me aceptaron pese a mi herejía. Entre los estudiantes que se encaminaban al sacerdocio, creí ver en la biblioteca a alguien muy parecido, estudiando. Me di vuelta rápidamente y me camuflé en el sector de teología.
Ay, en la viña del señor…
3 comentarios:
El comentario obvio sería: "terrible", así que solamente voy a decir espectacular...
eh no vale cualquier boludo me robo el chiste fácil....Se fabrican curas todavía!! que raro
salud y buenos alimentos
No por nada me dicen el comentador más rápido del oeste.
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